En 1812 nos llenamos de gozo y democracia, o eso creíamos, cuando el 19 de marzo aprobamos en Cádiz una constitución (demasiado) progresista. Tanto, que fue derogada poco después de la restauración borbónica en la figura de Fernando VII, que de deseado tenía mucho, pero de progresista ni un pelo. Como tantos otros, vamos. Pero tal fue la alegría que en muchos municipios fueron plantados olmos para conmemorar que España entraba por la puerta grande en la Champions League (aunque suene anacrónico, lo sé) de las naciones europeas.
Castellnovo no fue menos. Frente a la Iglesia, un pequeño árbol fue plantado y al contrario que muchos, no murió a los pocos meses, ni a los pocos años, ni a las pocas décadas. Generaciones después lo hemos seguido disfrutando: frondoso y verde en primavera y verano, con rostro serio en invierno y más apagado en otoño. Pero llegaron los problemas. Como suele ocurrir, eran pequeños, microscópicos diríamos. La dichosa grafiosis. Y poco después de cumplir 200 años y sin que institucionalmente se le reconociera el valor de símbolo que tuvo (e incluso tiene, porque vive en nosotros) con alguna celebración o con una fiesta con tartas de 200 velas acabó muriendo. Se fue como llegó, en silencio, apagándose día a día ante nosotros. Finalmente, en junio de 2013, tuvo que ser cortado y sus trozos, recuerdos de todos nosotros, fueron amontonados. Todavía hay quien los conserva en casa.
Nuestro olmo, nuestro pobre olmo. El más conocido de nuestros vecinos. Uno de nuestros más grandes reclamos asesinado por una enfermedad intratable que ha hecho estragos en muchos pueblos.
Como regalo, rescatamos este vídeo y os dejamos con su voz.